Biografía

Igor Domsac

Me llamo Igor Domingo Sacristán, aunque desde hace años firmo como Igor Domsac, una especie de anagrama alquímico de mí mismo, un nombre que me recuerda que todo puede reconfigurarse, incluso la identidad.

Nací en Segovia el 1 de mayo de 1977, el Día Internacional del Trabajo. Quizás por eso he pasado la vida construyendo laboratorios invisibles: de palabras, de sonido, de códigos, de comunidad. Mi infancia transcurrió en Madrid, entre lápices de colores, tardes de parque, cintas de cassette y un lenguaje que aún no sabía que podía usarse como herramienta mágica. Estudié en la guardería Títeres, el colegio Simancas y el British Council Evening School, donde obtuve los certificados de Cambridge y, de paso, una primera noción de que cada idioma constituye una máscara con la que jugar a ser otro.

A los cuatro años gané un concurso literario sobre la Constitución española, y recibí el galardón de manos del entonces presidente Leopoldo Calvo Sotelo. Pero lo importante no fue el premio, sino darme cuenta de que unas pocas palabras bien ordenadas tenían el poder de desordenar el mundo.

A los trece años, me mudé con mi familia a Huelva, donde pasé mi adolescencia entre el Colegio Colón y, más tarde, el IES Alonso Sánchez. Allí entendí que el sur tiene otro ritmo, otra cadencia, otro código afectivo. Volví a Madrid para estudiar la licenciatura de Ciencias de la Información en la Universidad Antonio de Nebrija. Desde el primer año, me lancé a colaborar en todos los medios que se cruzaron en mi camino: Huelva Información, Teleonuba, revistas locales, fanzines, panfletos autoeditados, cualquier excusa para escribir. Con un grupo de cómplices fundamos FALO (Frente Alternativo de Liberación Onanista), una mezcla de sátira, subversión y ternura adolescente.

También comencé a colaborar con revistas musicales como Heavy Rock, Kerrang! y Mondo Sonoro, donde escribía sobre grupos que desafiaban los límites de la acústica. Aprendí que la crítica musical no versa tanto sobre la música como sobre lo que ella provoca en el cuerpo. Mi tesis doctoral, realizada en la Universidad Complutense, se tituló: «Crítica de música rock: cómo traducir un lenguaje musical extremo al lenguaje verbal escrito». Concluí que no se puede. Que lo importante no es traducir, sino resonar.

En 2004, en un viaje a Edimburgo, conocí a Willy, un músico de Leganés con el don de tocar cualquier instrumento como si estuviera recordando un sueño olvidado. De esa semilla nació Delincuentistas, un grupo inclasificable que mezclaba música en directo, cuentos para adultos, marionetas, gamberrismo cósmico y poesía psicotrópica. Creamos Cementerio de instantes y Psicotropía, ganamos la Marihuanatón y recorrimos diversos escenarios por toda la península. 

Delincuentistas cuentacuentos música banda grupo Página web de Delincuentistas en 2006.

Mi búsqueda interior me llevó también por el sendero de la química. Trabajé varios años en la delegación madrileña de Energy Control, una ONG especializada en la gestión de placeres y riesgos asociados al uso de sustancias psicoactivas, donde realicé análisis de drogas y asesoramiento en entornos festivos. Más adelante, participé en el Colectivo Interzona, y dirigí la revista Enteogenia, donde publiqué el «Manifiesto psiconáutico», un texto que aún hoy sigue tan vigente como hace dos décadas.

El lenguaje y la música han sido mis portales. Las palabras como código de programación de la consciencia; la música como resonancia del alma. Pero pronto entendí que la verdadera exploración comienza cuando nos atrevemos a despojarnos de certezas. He explorado rituales, enteógenos, teatro, meditación, tantra, improvisación y tecnologías ancestrales y emergentes para comprender qué somos cuando dejamos de creernos quienes creemos ser.

Desde instalaciones inmersivas como PsicoNautilus hasta esculturas como El árbol de la vida, mis obras buscan trastocar la percepción del espectador. He participado en colectivos como dMente, Interzona o Arte-Facto, donde la calle se convirtió en escenario para el arte efímero y la intervención simbólica.

En 2010 fundé, junto a Ianire y Begoña Grande, la asociación Alter Consciens, donde combinamos teatro, nuevas tecnologías y estados modificados de consciencia. De ahí nacieron obras como Game Over 01, COSMOS, Cosmikrobiosis u Oniros, siempre con un enfoque participativo, sensorial y ritual.

La experiencia de la paternidad —con la llegada de Aiur y después de Suhar— transformó radicalmente mi percepción del mundo. Criar, construir un hogar con mis propias manos, aprender permacultura, electricidad solar, bioconstrucción y sostenibilidad, me llevó a comprender que las tecnologías de la consciencia no se limitan al lenguaje, la música o los psicodélicos: también están en sembrar una semilla, levantar una casa o acompañar a un hijo en su proceso vital.

Desde 2019 integro el equipo de comunicación de ICEERS, una fundación pionera en tender puentes entre las medicinas tradicionales indígenas y la ciencia contemporánea. Además, formo parte del equipo organizador de la conferencia internacional Fuertedélica, que se celebra anualmente en Fuerteventura, donde convergen investigadores, chamanes, terapeutas, artistas y activistas en torno a la cultura psicodélica.

En 2024 lancé Dragon Fungi, una marca de decoración psicodélica para el hogar y el jardín. Y volví a la música, esta vez desde la fusión entre la IA generativa y mis poesías. No compongo canciones: diseño artefactos emocionales, ofrendas sintéticas donde lo humano y lo no humano se entrelazan para acariciar el alma.

Hoy, continúo viviendo en una isla volcánica junto a mis hijos, entre árboles frutales y cielos inmensos. Escucho más que hablo. Devoro contenidos sobre espiritualidad, inteligencia artificial, nutrición, permacultura o crecimiento personal. También diseño visuales, narro cuentos, cultivo comida, escribo, y sigo aprendiendo. Porque la consciencia no necesita atajos. Sólo atención.

Igor Domsac periodista artista narrador
«Me considero un eterno aprendiz de la vida, explorador de la consciencia, al servicio de todo aquello en lo que pueda ayudar».

Igor Domsac

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